miércoles, 21 de marzo de 2018

EL SECRETO DE LA BUENA VECINDAD

El hombre es un ser social por naturaleza pero, al mismo tiempo, es individualista, alguien que valora su privacidad como algo que no tiene concesiones. Esa dicotomía hace que la relación interpersonal sea una tarea compleja que, para su buena ejecución, necesita de reglas, normas y comportamientos apropiados.

Otra cosa más. El ritmo de vida actual y la revolución en las comunicaciones han creado nuevos parámetros para la convivencia. Por un lado, ha aumentado la cantidad y diversidad de personas con las que nos relacionamos diariamente pero, por otro, la calidad de la relación se ha hecho más superficial y más utilitarista. 

La vida en las metrópolis actuales se caracteriza por la falta de tiempo. Y las prisas y el estrés no colaboran para lograr una convivencia sana. La relación con nuestros vecinos, compañeros y conocidos, en muchos casos, se limita al saludo de rigor y a unas cuantas palabras de compromiso. En el hogar y la familia, la cosa no tiene mejor cara: con un tiempo de reunión familiar acortado dramáticamente, las relaciones de convivencia se complican. No obstante, como todas las facetas de la vida, la convivencia necesita de un aprendizaje continuo. Desde pequeños nos relacionamos con otras personas, tanto en el ámbito familiar como en el colegio o el vecindario.

En esa convivencia aprendemos una serie de normas, que son las que rigen nuestras relaciones sociales. Los niños intentan satisfacer sus deseos, gustos y caprichos siempre. Al tener contacto con otros niños aprenden a ceder y a no pensar solamente en ellos. Para poder convivir con los demás, los niños empiezan a adquirir una serie de conocimientos y reglas, que proceden tanto de sus padres y profesores como del propio contacto con otros pequeños. Eso es lo que se denomina educación. Este concepto es vital en la convivencia y en la comunicación entre semejantes. Pero la educación es solo uno de los vectores para que la relación entre seres humanos sea más armónica y menos conflictiva.

El respeto, la afabilidad, la inteligencia y hasta el sentido común son otras armas poderosas para lograr una buena convivencia. Y se aplican a todas las esferas de la relación. Por eso, también en el ámbito familiar o con nuestro grupo de amigos y compañeros debemos tener paciencia, saber escuchar a los interlocutores, respetar las ideas y opiniones de los demás, hablar con respeto de las demás personas... El respeto. Ese es el quid del asunto. En él radica buena parte del éxito del buen vivir. La sentencia ‘mi derecho termina donde comienza el del otro’ debe dejar de ser una simple frase chiché para convertirse en una acción de vida. La seguridad es otro elemento que mejora la convivencia. Eso se puede ver con más claridad en los barrios y los conjuntos habitacionales. Personas más seguras tienden a entablar una convivencia más firme.

El orden y la planificación también ponen buenos cimientos en la relaciones sociales. La señalética es vital en sitios como ‘malls’, universidades y colegios. ¿Los enemigos del buen vivir? Pues hay muchos. Entre ellos llevan la bandera los prejuicios, la intransigencia y la falta de comunicación. Donde falta la tolerancia, la buena convivencia solo será una utopía.

Fuente: Diario EL COMERCIO

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